La lluvia en Sevilla

Abierto por vacaciones

Está la España vaciada y la España yoyó, sin un alma en invierno y hasta la bola en estío

Hay quienes preguntan, "Y tú, ¿no te vas unos días de vacaciones?", escondiendo entre las interrogaciones una impertinencia parecida a la que encierra la frase "¿y tú no tienes hijos?", o en "¿con tu edad y en paro?", o en "¿y cómo que no tienes tele?". Ganas dan de darles la respuesta extensa, en vez de una evasiva…

Desde hace décadas, el Sistema tiende a uniformar las maneras de veraneo y a generar su necesidad a plazo fijo. Con una paradójica sensación de libertad, miles de personas toman la idéntica decisión de ir por la misma autovía en la misma tarde para dirigirse a las mismas localidades costeras. Una vez allí, realizamos el ritual de quejarnos del montón de gente que hay, como si acaso nosotros no fuéramos gente ni estuviéramos en aquel lugar. Está la España vaciada y la España yoyó, sin un alma en invierno y hasta la bola en estío. Vacacionar se asocia al verbo ir: ir de vacaciones. Quien no va, porque no puede o no quiere, o no en esta fecha y modo, siente un desajuste. La mayoría de las personas, de hecho, no tiene más opción que tomarse estos días… Con el curso del mal llamado desarrollo, las vacaciones parecen diversificarse, pero simplemente se ordenan en tramos de poder adquisitivo. Desde playas exclusivas, a cruceros, al piso-playa, a la casa rural, al camping… "Quien no se va de vacaciones es porque no quiere", nos dicen. Como si hubiera que querer. A la presión de tener que ir a algún lugar vacacional, se añaden otras peores: la de que sean días fotogénicos y se puedan retransmitir por las redes. Y la de que sea "el verano de tu vida", como si la vida sucediera en agosto y el resto del año fuese la muerte a pellizcos. Para rematar, aparecen los bandos: el de quienes se ofenden con los no van donde va la gente, y quienes se creen superiores por no estar donde están los demás. Rabillos del ojo al poder. No sé cuál de los dos cansan más.

Existen posibilidades más allá de entender el veraneo como una obligación y un gasto consignado. Entre ellas está la de quedarse a descansar. Cierto es que permanecer en Sevilla en estos meses no es la panacea. Más que irnos, migramos por motivos climáticos. Pero sostengo que quedarse también tiene su punto: no hay que luchar por un velador, hay aparcamiento y cero bullas, mola el azoteísmo lunero, el cine de verano, la penumbra de la siesta, las noches en los jardines, las propuestas súbitas, mudarte unos días a la casa con alberquilla de tu amiga o, por el precio de una noche de hotel, ponerte como a nadie le importa de percebes y buen vino en una marisquería local. Ahora, en tu espacio hay más tiempo y, en los dentros, mar en calma. Quienes quedan en la ciudad de fuego en estas fechas suelen hacerlo con resignación y cara de perdedores. No hay por qué.

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