La lluvia en Sevilla

Casa de los Poetas

La continuidad de su programación generó una constancia en el público, una cultura de la Cultura

Esta mañana, por fuera, me aguardaban dos asombros: unos bulbos que me trajo la amiga Nieves Peña se han convertido sin permiso en jacintos azules, y a una maceta muy flamenca que me regalaron el poeta José María Gómez Valero y la querida Lidia Esteban le han brotado hojitas frescas. Por dentro, en cambio, me esperaba el frío cíclico que siempre siento en estas fechas al recordar que Antonio Machado murió de pena al filo de España. Habrá quien lo considere un sevillano atípico; sin embargo, en su poesía y pensamiento reconozco el espíritu hondo, crítico, airoso y sensible a la razón común y al alma popular que entronca con una sabiduría que nos pertenece (o quizá esté mejor dicho perteneció): "Tenemos un pueblo maravillosamente dotado para la sabiduría, en el mejor sentido de la palabra: un pueblo a quien no acaba de entontecer una clase media, entontecida a su vez", escribió.

Como los pensamientos tiran unos de otros, al pensar en don Antonio pensé en su casa, en el huerto claro. De la casa del poeta, mi cabeza se ha ido a la Casa de los Poetas y las Letras, y me ha parecido que hace un siglo que no recibo su programación que, a lo largo del año, cubría un amplio espectro de temas, con autoras y autores del mayor interés. Con la Casa de los Poetas no nos hemos podido quejar de falta de diversidad y calidad, ni de que no haya dado a la luz -¡eslogan va!- una parte muy desconocida de la muy famosa Sevilla. A su vez, nos ha acercado a grandes figuras nacionales e internacionales. Sevilla no tiene un festivalón de poesía, sí una auténtica Casa de los Poetas.

No hace un siglo, sino un año o así que el director de la institución, José Daniel Serrallé, disfruta de una merecida jubilación. Su ausencia sin continuador se me está haciendo larguita, y también a muchas personas que atendían a los ciclos y lecturas, y que petaban cada acto. La continuidad de una programación reconocible y de nivel, de asistencia libre y gratuita, generó una constancia en el público, un hambre de aquello, una cultura de la Cultura.

He revisado mis correos para ver cuáles fueron los últimos mailings que recibí de la Casa. Salvo del magnífico ciclo de Cernuda que coordinó Rivero Taravillo, hace más de un año que no recibo nada. El último correo traía la Memoria 2012-2021. La he ojeado para confirmar que no ha sido un sueño, que la poesía y las letras aquí se han hecho realidad. No sé qué hay previsto para la Casa, pero -salga quien salga de las urnas- sería muy mala idea que quedase sólo en memoria o, peor, en olvido. Más que fastos culturales de relumbrón, hace germinar una ciudadanía culta y consciente una lluvia fina como la que ha caído bajo el techo de esa Casa. La vuelvo a esperar como agua de mayo.

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