La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Sevilla, la ciudad barata

El empresario Antonio Catalán ha hablado alto y claro: el turismo de calidad sólo se consigue con precios más altos Los mejores guardianes del Parque de María Luisa

Cervezas.

Cervezas. / (Sevilla)

Sevilla es una ciudad barata para beber cerveza hasta quedar "constituidos", que no es nada recomendable por otra parte. Basta viajar para saber que hacer turismo en esta ciudad es bastante económico. Somos un destino de bajo coste, pero no nos queremos dar cuenta. Tal vez nos pueda cierta soberbia de dama ajada que conoció días de grandeza y que soporta un cónyuge que disimula malamente el brillo de las hombreras de una chaqueta que debió conocer las semanas santas de principios de siglo. No hay nada como ver la televisión a deshoras para encontrar retazos de calidad en la programación. En la madrugada del pasado domingo, al filo de la una y media, cuando las gallinas (y algunos gallos) llevan horas con el ojo cerrado, nos ilustramos con la magnífica entrevista que el andaluz José Yélamo le hizo en La Sexta al gran empresario Antonio Catalán sobre los efectos del turismo excesivo. El empresario español tiene más de cien hoteles y 3.500 empleados. Es sabido que el buenismo imperante no admite matices, pero sí la conversación sincera, de estilo elegante y en ese ambiente de serenidad que solo ofrece una madrugada baja. Catalán dijo en voz alta lo que algunos empresarios de la hostelería dicen en privado: esto es un problema de precios. Suban los precios, verán cómo el turismo que llega es de mayor calidad, que es el que se deja los jurdeles en hoteles y restaurantes. Registraremos menos visitantes pero más pudientes, y se recaudará lo mismo o más, como ya está logrando la Comunidad Autónoma de Madrid. Y, por lo tanto, se pueden pagar mejores salarios y no tener una plantilla precarizada. Nos vienen más turistas que a ningún país porque somos baratos y permisivos. No seamos ingenuos. Consentimos las borracheras, las despedidas de solteros, la cochambre, el ruido, la basura acumulada en cualquier parte... El buenismo se llevará las manos a la cabeza con estos argumentos, pero a mi me recuerdan a las grandes verdades que en clave local dijo no hace tanto tiempo el muy respetable Alvaro Peregil cuando afirmó que el precio de una cervecita (¡Vengaaaaa!, que diría Antonio Garrido) es muy bajo en Sevilla. ¡Y es cierto! Te tomas una birra por poco mas de un euro cuando en Roma te pegan la clavada de hasta cinco. A don Álvaro se le echaron encima tanto las hienas cobardonas de la ortodoxia como la Muy Piadosa y Sevillana Hermandad de los Ajustes de Cuentas a la Mínima Oportunidad, no en la Plaza de San Francisco donde se quemaba a las brujas, sino en la fosa séptica de las redes (poco) sociales. 

Precios, la cuestión es de precios. Un acto social triunfa en Sevilla cuando se queda gente fuera. ¿Les suena de algo el Domingo de Pasión en el Teatro de la Maestranza? Una ciudad selecciona la calidad de sus visitantes cuando se valora adecuadamente. Nos podemos seguir mirando el ombligo el tiempo que nuestras absurda vanidad colectiva considere necesario, podemos seguir en el autoengaño de que nuestros hoteles de cinco estrellas lo son realmente. Já. Solo se salva alguno. Estamos vendiendo muy barato el destino Sevilla, cuando lo tenemos todo para ser mucho más selectivos. Nos vendemos por muy poco. El dinero no da la categoría ni garantiza una conducta cívica. Pero el bajo coste masivo incita al nunca recomendable consumismo. Y las ciudades lo están sufriendo y pagando. Pero seamos buenistas, se sufre menos. 

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